Mirada Mundial: El estallido social en Colombia

Julián de Zubiría Samper,  Director de la innovación pedagógica del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria)

En los años 2018 y 2019 las calles de Colombia se llenaron de jóvenes que se movilizaban en defensa de la educación, exigían la implementación de los Acuerdos de paz y la protección de la vida para los líderes sociales y los firmantes de la paz. Sin embargo, las gigantescas y pacíficas movilizaciones fueron suspendidas durante la pandemia. Con la expansión del virus, fueron necesarios los confinamientos y la educación dejó de ser presencial durante todo el año 2020. Sin duda, los jóvenes fueron quienes cargaron con el mayor peso. Eso lo ratifican las cifras de desempleo juvenil (25%) y la sensible disminución de quienes siguieron estudiando en colegios y universidades. Pero hay otro factor que hay que resaltar: sabemos que han aumentado sus niveles de tristeza y depresión. La mitad de ellos dicen que han visto deteriorar su estabilidad emocional. Hoy priman la ira y la frustración. La explicación es sencilla: lo que genera felicidad en la vida es amar y sentirse amado, tener proyectos y compartir con amigos y familiares. Pocas de esas cosas pudieron hacerse a partir de marzo de 2020. Por lo menos, no de manera legal y continua.   

Desde abril de 2021 los jóvenes han salido a las calles de nuevo. Ahora no son solamente los estudiantes. La mayoría no tiene empleo, educación, oportunidades, ni esperanza. El empleo lo perdieron antes y durante la pandemia, la educación la vieron muy reducida en el confinamiento y la esperanza se la hemos ido arrebatando a pedazos. 

Con la llegada al poder de Iván Duque en 2018, los jóvenes sufrieron en carne propia el sistemático asesinato de los firmantes de la paz y de los líderes sociales. Según INDEPAZ (2021), en 2020 se perpetraron en Colombia 90 masacres; en promedio, una cada cuatro días y de las 52 vidas que se han perdido en el presente paro nacional, muy pocos habían cumplido 25 años. Organizaciones independientes como Indepaz y Temblores, alertaron a la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de 2.240 denuncias por violencia policial. Human Rights Internacional informa que 148 personas continúan desaparecidas. ¿Dónde están?, ¿quién los tiene?, ¿por qué no lo saben sus familias? ¡No hay palabras para explicarle a un joven qué nos pasa como sociedad y no hay más lágrimas para llorar tantos muertos!

Por eso los jóvenes han salido a las calles más llenos de ira e indignación. Sienten que no tienen futuro ni oportunidades, no se cumplieron sus expectativas frente a la paz, confían poco en las instituciones como el Congreso o la Policía y no creen en una clase política a la que identifican con la corrupción. Les robaron la esperanza y no se sienten representados por las instituciones, mucho menos por el gobierno. No hay que olvidar que, en la Encuesta Nacional realizada a jóvenes entre 18 y 32 años, la imagen del Presidente Duque llegó a ser desfavorable para el 91% de ellos ¡Lo único en lo que creen es en la educación!

Para completar, el gobierno con frecuencia ayuda a estigmatizarlos. En 2018, aunque lideraron las marchas estudiantiles más pacíficas, los llamaron “vándalos”. En 2019 dijeron que eran financiados por el Foro de Sao Paulo. En 2021 les están diciendo que son los “idiotas útiles” del narcotráfico, las disidencias de las FARC y el ELN. 

No es posible iniciar un diálogo sin reconocer a las personas con las que vamos a dialogar. Por eso nadie puede llamar “idiota útil” a su contradictor. “El conversar –como decía Humberto Maturana– es un modo particular de vivir juntos”. Si queremos construir en equipo, tenemos que empezar por desarmar nuestro lenguaje para construir confianza.

La única posibilidad que tenemos en la actualidad es propiciar un diálogo que nos ayude a encontrar los consensos que no hemos sabido construir. El primero tiene que ser la defensa de la vida y la condena a todos los tipos de violencia. Una condena general de los 2.240 abusos perpetrados por la fuerza pública y de la violencia de algunos jóvenes que ha derivado en 700 policías heridos. Todos los heridos y todos los muertos nos deben doler por igual. Por eso, tendríamos que propiciar un clima que favorezca la construcción de esperanza. 

El filósofo colombiano Estanislao Zuleta decía que “una sociedad mejor es una sociedad capaz de tener mejores conflictos”. Tenía toda la razón. A los colombianos, por el contrario, nos cuesta tramitar nuestras diferencias y fácilmente escalan y terminan en conflictos mayores. Eso es lo que nuestros jóvenes han aprendiendo en sus casas y eso es lo que han visto a lo largo de su vida. Pero hay momentos en los que podemos dar un giro. Los matemáticos lo definen como un punto de inflexión. La pandemia, las masivas movilizaciones juveniles, el desencanto con la vieja política tradicional, la participación de los artistas y la proximidad de la culminación del conflicto armado en Colombia, nos permiten pensar que estamos cerca de un punto de inflexión en la historia colombiana. Las mesas de diálogo son una oportunidad para ayudar a construirlo.

NOTA DEL EDITOR: En el párrafo a continuación se menciona la palabra estadista según definida por Ortega y Gasset en Mirabeau o el político: «el político que se coloca por encima de las divisiones partidistas, que se concentra en la búsqueda del bien común y logra imprimirle un giro constructivo al destino de la Nación». Favor no confundir con la definición puertorriqueña de «estadista».

Churchill decía que la diferencia entre un político y un estadista es que el primero piensa en exceso en las próximas elecciones y el segundo en las próximas generaciones. En Colombia hay demasiados políticos obsesionados con las elecciones en 2022 y muy pocos pensando en las próximas generaciones. La pregunta compleja es a quién podríamos elegir sabiendo a ciencia cierta que está pensando en escuchar a los jóvenes y en gobernar teniendo en mente a las próximas generaciones.

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