Conmemorando a Eugenio María de Hostos en tiempos de crisis de la democracia

 Artículo de la redacción  

El 11 de enero conmemoramos el nacimiento de Eugenio María de Hostos. Nació en Mayagüez en 1839. Una de sus más importantes gestas fue la defensa y lucha por el establecimiento y consolidación de sistemas democráticos en nuestros países hispanoparlantes. Su pensamiento y obra sobre la democracia cobra gran pertinencia a la luz de los recientes acontecimiento suscitados en la capital de los Estados Unidos y las pasadas elecciones en Puerto Rico. Recordemos, reflexionemos y conversemos sobre sus ideas sobre la democracia, que intentamos vivir en el Movimiento Victoria Ciudadana y han quedado plasmadas en nuestras “Agenda urgente” y “Documento organizativo (Red de Redes)”.

Democracia, en sus fines individuales, es absoluta au­tonomía de la persona humana, absoluta libertad en los derechos que le consagran, absoluta libertad para el tra­bajo que la emancipa. Entre otros fines sociales de la democracia son la mayor educación posible de los ciuda­danos, la mayor moralidad posible en las funciones indi­viduales y colectivas del derecho, la mayor igualdad po­sible en la distribución de los beneficios y gravámenes que resultan de la concentración de poderes y facultades del pueblo y de la sociedad en el Estado. La democracia es una ficción cuando no hay pueblo: no hay pueblo cuando no se cumplen en el individuo los fines que lo fortalecen ante el Estado y en sí mismo, los fines que el Estado debe desempeñar en la representación de las atribuciones de la sociedad.

El poder social son las capacidades que tiene por naturaleza una nación, una provincia, un municipio […] lo único que el Estado hace es funcionar con funciones del poder social […] Las ejerce el Estado en representación y por delegación de la sociedad. De este modo, cuando la sociedad no está contenta con sus delegados les retira sus poderes y ella reasume su soberanía, es decir, la suma total de sus poderes. Si el pueblo quiere, puede usar directamente de sus facultades: le basta elegir representantes de su poder le­gislativo que conviertan en democracia pura su demo­cracia representativa. Si el pueblo quiere, puede ejecutar tan directamente como es posible, las leyes que necesita, reclama o desea, eligiendo electores que elijan para Presidente al más ge­nuino representante de sus ideas.

Derecho electoral es el reconocimiento de la facultad que, en virtud de su poder delegable, tiene el pueblo de escoger sus delegados. De todas las facultades sociales es la que más poder afirma, porque cada ejercicio del derecho que la reconoce es una reivindicación de su poder. De esa fuerza coactiva del acto de elegir ha nacido la afirmación de algunos pensadores políticos, para quie­nes las funciones electorales no son tanto un derecho cuanto un poder, y la clasificación del poder electoral  en­tre los poderes que constituyen la acción social y las fun­ciones del Estado.

No hay posibilidad de que el gobierno civil funcione con regularidad, mientras no haya partidos políticos que secunden la acción de las instituciones del Estado. […] Fundado el gobierno civil en la doctrina y en el hecho de la representación del poder social por delegados electivos de ellas, era y es indispensable que las opiniones relativas a los intereses sociales se presentaran en grupos repre­sentativos de esos intereses. De aquí la noción exacta de partido, y de aquí la condenación absoluta de los partidos personales, que no existen sino en las sociedades ignorantes, que empezando por ignorar los verdaderos intereses, concluyen por ignorar su dignidad, andan siempre a caza de un jefe que les guíe, o se postran ante un ambicioso que reduce a sí mismo su partido.

La eficacia de los partidos en la gobernación a que concurren depende principalmente, si han de ser partidos que cooperen al desarrollo del orden fundado en el derecho, de las doctrinas de gobierno que formen su progra­ma. Los partidos personales, que son total­mente incompatibles con el desarrollo del orden político y social, no son posibles sino en los países que ignoran las nociones rudimentales del gobierno civil.

Todo estaba explicado. La ignorancia era la base de aquella corrupción del derecho y del deber, y la ignoran­cia era cosa fatal, porque correspondía a otra ignorancia más decisiva: la de cuantos, pudiendo influir constante­mente en la educación del pueblo campesino y del urba­no, privan al uno y al otro de los medios de educarse, o no saben que sin educación del pueblo no habrá jamás verdadero pueblo; y que, sin pueblo verdadero, la demo­cracia es una palabra retumbante, no un sistema de gobierno. Era inútil indagar más. Lo deseado estaba averi­guado.

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