Reflexiones en torno a una visita al Museo Nacional de Historia y Cultura Afroamericana

Por: Ángel R. Villarini Jusino, Coordinador General de la Red de Gobierno Administración Pública y Planificación

Uno de los aspectos más extraordinarias de la vida humana es el seguir aprendiendo desde el nacimiento hasta la muerte. Esta es una de las manifestaciones de nuestra espiritualidad en tanto capacidad de trascender el aquí y el ahora. Comparto breves reflexiones sobre mis aprendizajes en una reciente visita al Museo Nacional de Historia y Cultura Afroamericana en Washington DC. 

Durante una 4 horas recorrí las extraordinarias salas de imágenes y textos informativos que nos van mostrando y permitiéndonos entender la historia de los y las afroamericanas, desde su rapto como parte de eso que Marx llamo “la acumulación original del capital”, que hizo de ellos y ellas simples mercancías compradas y vendidas al mejor postor. Mercancías humanas en el doble sentido de cuerpos y fuerza de trabajo. Mercancía que sirvió para generar en gran medida con sus cuerpos y trabajo la riqueza que convirtió a los Estados Unidos en una potencia económica y política internacional.  

No puede uno dejar de ser afectado emocionalmente ante tanto maltrato y matanza, sobre todo infligida sobre aquellos y aquellas que de una forma u otra no se resignaban a aceptar el trato indigno y criminal de los que se llamaban padres de la libertad de la naciente nación que proclamaba en su Constitución la igualdad de todos. Hay relatos escalofriantes sobre la hipocresía en palabra y acción, que despiertan ante cualquiera persona con un mínimo de sensibilidad la pena, compasión, coraje e ira frente a tanta opresión y maldad de parte de los que se consideraban cristianos.

En contraste, la exhibición nos permite comprender también el camino hacia su liberación de los negros y negaras generado, no como resultado de concesiones gratuitas hechas por los blancos, sino como resultado de la continua y persistente lucha en sus diversas formas: el cimarronaje, los levantamientos armados, el boicot, la solidaridad comunitaria y la creación de instituciones, sobre todo religiosas y educativas, en las que por diversos medios se fortalecía la identidad y sentido de identidad negra, el desarrollo social, cultural y económico y las luchas reivindicativas. 

Precisamente ese proceso de lucha permitió que la declaración de la abolición y las enmiendas a la Constitución no solo se consiguieran, sino que no fueran letra muerta. Porque los maltratos y linchamiento continuaron en la llamada “época de la reconstrucción”, sobre todo en los estados del sur. Fue la organización y movilización autogestiva religiosa, educativa, obrera, social y económica de la comunidad afroamericana, la que persistió y persevero para hacer posible su, aún inconclusa, liberación. 

Al completar el recorrido de este doloroso y largo camino de liberación, dos grandes ideas resumen lo aprendido. Primero, sin esperanza, organización y lucha no es posible la libertad y la igualdad. La abolición de la esclavitud fue el producto no de una declaración y una guerra encabezada por los blancos, sino de ese largo proceso de lucha de la comunidad afroamericana. 

Segundo, frente a los pesimistas, que piensan que el sueño ilustrado de libertad, progreso e igualdad entre todo ser humano -aquel sobre el cual escribió Condorcet- no es posible de realización, está la esperanza y el optimismo crítico que brotan del reconocimiento del hecho histórico del avance en las condiciones de vida de la comunidad afroamericana. La lucha no ha terminado, muestra de ello el movimiento “Black lives matter”, pero estamos y seguiremos en camino. Como lo dijo nuestro Juan Antonio Corretjer: ¨La vida nunca cesa, la vida es lucha toda por obtener la libertad ansiada; lo demás, es superficie, es moda.”

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