¡Alto a la rusofobia y a la cultura de la cancelación!

Ángel R. Villarini Jusino PhD || Red de Gobierno y Administración Pública 

La Universidad Bicocca, en Milán, Italia, prohibió a un profesor dar un curso sobre Fiódor Dostoyevski, de origen ruso y fallecido hace más de 140 años. Dostoyevski es considerado uno de los más grandes escritores de todos los tiempos. También tenemos el caso del famoso director de orquesta ruso Valery Gergiev, quien debió renunciar por presiones a su puesto de director musical del Festival de Verbier, en Suiza, y al cabo de unos días fue cesado como director titular de la Orquesta Filarmónica de Múnich.  El restaurante ruso más antiguo de Madrid, Las Noches de Moscú,ha bajado más o menos a un 50% de su clientela. Una mujer paseaba empujando un carrito de bebé y hablando ruso con su hijo de tres años y otra de mediana edad corrió a increparla con insultos como “perra rusa” y le lanzó una patada. Podría multiplicar los ejemplos, pero con un botón basta.

Ni siquiera en lo que fuera la barbarie más grande que conoce la humanidad, el fascismo nazi, se desarrolló germanofobia. No se hizo al pueblo alemán, ni siquiera a pesar del apoyo que la mayoría diera al régimen de Adolfo Hitler, responsables del holocausto que contra judíos, polacos, rusos, gitanos y comunistas llevo a cabo el dictador. Muchos menos se les ocurrió a personas iniciar una cultura de la cancelación de los grandes logros en los campos del arte y la literatura del pueblo alemán. 

Esa cancelación es la que se intenta hoy día contra el pueblo y la cultura rusa. Pues ya no se trata de repudiar un régimen, gobierno o dirigente de un país, sino a todo un pueblo y cultura presente y pasada a liquidarlo, incluso borrarla de la historia. Detrás de toda etnofobia se asoma la mentalidad y el sentir de la barbarie nazi fascista, del culto a la muerte, al exterminio de un pueblo y su cultura. Esa manera de pensar y sentir se hace presente hoy día en la rusofobia que practican unos y alientan otros, directa o indirectamente, haciendo aparecer al pueblo ruso como inhumano. Es parte de las estrategias de las guerra híbridas que se llevan a cabo hoy y en las cuales la redes sociales son un vehículo fundamental. 

Soy un admirador del pueblo ruso -no de sus gobiernos autoritarios, primero, aristocráticos, luego comunistas y ahora capitalistas- y amante de su cultura científica, artística y literaria. Desde joven, he sido un estudioso de su historia, la de un pueblo que a costa de más de 20 millones de sus soldados y civiles derrotó al fascismo, y con ello contribuyó como ninguno a salvarnos de la barbarie nazi. Conocedor de sus precariedades, sufrimientos y luchas tenaces, que nunca parecen acabar, por conseguir una sociedad de paz y justicia. Son muy pocos los pueblos que ante tanta adversidad han logrado una y otra vez, como el ave fénix, renacer de sus cenizas. 

Sin dejar de reconocer los logros que antes y durante la presente guerra le han ganado el respaldo de amplios sectores de su pueblo, discrepo del régimen autoritario, de capitalismo salvaje, de violación de derechos humanos y falta de libertades, sobre todo a sectores de la comunidad LGTBQ y de la no separación estricta entre Estado e iglesia, establecido por Putin. Discrepo igualmente de su decisión de aceptar el reto planteado por los Estados Unidos de que “invade si te atreves porque nada vamos a negociar contigo”, en lugar de haber insistido en la vía diplomática.1 Putin debió continuar ejerciendo presión diplomática para resolver el tema de la seguridad en el Donbass y la frontera rusa. Pero esta discrepancia no me impide levantar mi voz de protesta y llamado a la cordura y sentido de humanidad para que nos unamos en los esfuerzos por rechazar y combatir este virus de la rusofobia con el que en formas brutales o sutiles se pretende contagiarnos.

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1 Estados Unidos tenía conocimiento de que, si no negociaba un acuerdo con el gobierno ruso, ellos invadirían Ucrania. Prefirieron no negociar y por eso pudieron anunciar con dos semanas de anticipación que la invasión habría de ocurrir. La decisión de que hubiera invasión fue una implícitamente compartida por ambas partes. 

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