Por: José E. Muratti Toro

La hipoteca de la conciencia y la alianza ciudadana

 

En agosto de 2016, Emmanuel Macron, el ex miembro del Partido Socialista, ex banquero de Rothschilds & Co. y ex Ministro de Economía, lanzó su candidatura a la presidencia de Francia por conducto de la alianza centrista En Marche. En mayo del 2017, fue electo con el 66.1% de los votos y una abstención de solo el 25.4% de los votantes.

Macron venció a Marie Le Pen, la candidata del Frente Nacional cuyas simpatías con Vladimir Putin y Donald Trump, y su discurso racista, anti-semítico y anti-Islam, sacudió a la derecha y la izquierda francesa. Las similares posturas de Le Pen que resultaron en la elección de Trump y el rompimiento de la Inglaterra de Johnson con la Unión Europea, fueron advertencia suficiente. Francia combatió el populismo sin renunciar a su economía de mercado, mientras los EE. UU., al igual que Inglaterra, lo convirtieron en un arma para exacerbar la xenofobia, atacar el liberalismo y sus redes de apoyo social, y privilegiar, aún más, las empresas multinacionales.

En Puerto Rico, las complejidades son diferentes. El desarrollo de la cultura de contrabando bajo el imperio español, combinada con el contubernio de las clases acaudaladas con las administraciones coloniales de España y los EE. UU., complementada con sus respectivas prácticas represivas, dieron paso a gobiernos paternalistas que cultivaron una dependencia estrechamente vinculada a los partidos convertidos en agencias de empleo para patronos gubernamentales e intermediarios con sus empresarios patrocinadores.

La práctica de comprar votos antes de las elecciones, combatida a mediados del siglo XX con la consigna de “vergüenza contra dinero” de Luis Muñoz Marín, del cubano Eduardo Chibás y del dominicano Juan Bosch, propició no solo la elección de los políticos más corruptos, sino que hipotecó la conciencia de grandes sectores de la ciudadanía. La demonización y persecución de las ideas liberales, democráticas y anti-imperialistas, fueron complementadas con una seguridad exenta de represalias y pérdida de ingreso, pero condicionada a la lealtad partidista.

Durante la segunda mitad del siglo XX, se buscó hipotecar no solo las conciencias sino también las fuentes de ingresos al vincularlas a los gobiernos municipales y estatal. El gobierno se convirtió en el principal patrono mientras descuidaba las empresas locales, aumentando la dependencia de las transferencias federales y el empleo gubernamental. Los incondicionales a los partidos aseguraban empleos directos o a través del sector privado contratado por el gobierno de turno.

A partir de los años setenta se reforzaron dos promesas de estabilidad adicionales: la unión permanente y la estadidad. Las consignas de “lo mejor de ambos mundos” y la “estadidad para los pobres”, pretendieron convertirse en inoculaciones contra el temor cultivado de la inevitable indigencia bajo la independencia. Esas vacunaciones llevaron a que en el 2020, el 48% se abstuviera de votar, que los dos partidos del privilegio solo lograran el 63% del 52% que votó, y que el electorado restante se repartiera entre tres colectivos que conjuntamente superaron al que ganó las elecciones.

En el 2020, la hipoteca de la conciencia comenzó a cancelarse. Una candidata y un movimiento de alianzas ideológicas convencieron al país de que es posible otra forma de hacer política, de que un gobierno de privilegiados nos empobrece a todos, de que otro futuro es posible. A diferencia de Francia, la alianza no venció en su primera ronda. Pero la zapata sobre la que se edificará un futuro alterno está plantada: un futuro en el que la victoria será ciudadana.